Su nombre era Travis y era un muchacho alegre pero malcriado, eso por supuesto lo hacía más que popular en ese colegio parroquiano de corazón. Yo siempre me he sorprendido de la capacidad de estos sujetos insolentes para hacer reír a las chicas, y era realmente intimidante si chocabas con uno de ellos.
No sé qué le ocurrió ese día, pero me lo encontré llorando en el pasadizo mientras todos estudiaban en clase; estaba sentado, apoyado en la pared y cabizbajo. Lo miré fríamente y el volvió la mirada al encontrarse expuesto en su debilidad- nunca has visto a un hombre llorar- preguntó agresivamente. Yo quedé en silencio por un instante y me armé de todas mis fuerzas para contestarle: tú eres un niño, todos lo somos. Travis se secó las lágrimas con las manos y me replicó: no le cuentes a nadie que he llorado, Landeo, o me vas a conocer.
No tenía más ideas para réplica y solo hice un gesto de resignación. Meses más tarde no me enteré de nada particular de la vida de Travis, pensé que había terminado con una enamorada o que una desgracia familiar lo agobiaba. Hasta hoy me pregunto qué fue, pero supongo que solo tenía ganas de llorar, como tú y yo en algún momento. Después de todo, el chico Travis, algo rebelde y muy sinvergüenza, no era nada más que uno de nosotros: un niño inseguro de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario