Mamá solía contarnos algunas anécdotas sobre sus abuelos maternos, casi siempre son ellos -los parientes "mater"- con los que una se siente más arraigada; la historia y la leche materna fluyen con más fuerza en nuestro ser.
Esta es la fotografía de mis bisabuelos: María Mercedes Salazar Oyarzábal y Leoncio G. Arteaga Chamorro. Se casaron en Huichay (Tarma).
Mercedes cuenta que Leoncio se enamoró de María y la seguía a cualquier reunión de familia que se presentara, estas fiestas se realizaban en los fundos en un contexto campestre y andino. Primero María no estaba muy segura de corresponder a Leoncio, incluso se mostró disgustada en alguna oportunidad ante su insistencia; pero finalmente el amor surgió y de ello nacieron cuatro retoños: Luis, Guillermo, Julia y Leoncio.
La fotografía fue revelada por el Estudio Fotográfico E. Mariño de Cerro de Pasco.
El reverso relata lo siguiente:
"A nuestra querida hermanita Rosa como testimonio de nuestro cariño. Huichay julio 1° de 1916."
Leoncio G. Arteaga y Señora.
viernes, 30 de octubre de 2015
domingo, 25 de octubre de 2015
impopular
Su nombre era Travis y era un muchacho alegre pero malcriado, eso por supuesto lo hacía más que popular en ese colegio parroquiano de corazón. Yo siempre me he sorprendido de la capacidad de estos sujetos insolentes para hacer reír a las chicas, y era realmente intimidante si chocabas con uno de ellos.
No sé qué le ocurrió ese día, pero me lo encontré llorando en el pasadizo mientras todos estudiaban en clase; estaba sentado, apoyado en la pared y cabizbajo. Lo miré fríamente y el volvió la mirada al encontrarse expuesto en su debilidad- nunca has visto a un hombre llorar- preguntó agresivamente. Yo quedé en silencio por un instante y me armé de todas mis fuerzas para contestarle: tú eres un niño, todos lo somos. Travis se secó las lágrimas con las manos y me replicó: no le cuentes a nadie que he llorado, Landeo, o me vas a conocer.
No tenía más ideas para réplica y solo hice un gesto de resignación. Meses más tarde no me enteré de nada particular de la vida de Travis, pensé que había terminado con una enamorada o que una desgracia familiar lo agobiaba. Hasta hoy me pregunto qué fue, pero supongo que solo tenía ganas de llorar, como tú y yo en algún momento. Después de todo, el chico Travis, algo rebelde y muy sinvergüenza, no era nada más que uno de nosotros: un niño inseguro de la vida.
No sé qué le ocurrió ese día, pero me lo encontré llorando en el pasadizo mientras todos estudiaban en clase; estaba sentado, apoyado en la pared y cabizbajo. Lo miré fríamente y el volvió la mirada al encontrarse expuesto en su debilidad- nunca has visto a un hombre llorar- preguntó agresivamente. Yo quedé en silencio por un instante y me armé de todas mis fuerzas para contestarle: tú eres un niño, todos lo somos. Travis se secó las lágrimas con las manos y me replicó: no le cuentes a nadie que he llorado, Landeo, o me vas a conocer.
No tenía más ideas para réplica y solo hice un gesto de resignación. Meses más tarde no me enteré de nada particular de la vida de Travis, pensé que había terminado con una enamorada o que una desgracia familiar lo agobiaba. Hasta hoy me pregunto qué fue, pero supongo que solo tenía ganas de llorar, como tú y yo en algún momento. Después de todo, el chico Travis, algo rebelde y muy sinvergüenza, no era nada más que uno de nosotros: un niño inseguro de la vida.
jueves, 22 de octubre de 2015
de armas tomar
Escribo y no hago otra cosa porque es el único oficio que aprendí, no sé hacer más. De hecho, desde niña siempre quise escribir; los mayores cuentan que me desesperaba ante la impotencia de mi analfabetismo; así, solo lograba plasmar
en esas pobres hojas de cuaderno azul y viejo hasta hacerles agujeros mientras exclamaba, retóricamente: ¡por qué no sé escribir!
Mis padres supieron desde ese entonces que yo era una niña "de armas tomar".
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